Lituania: En Kirtimai, los romaníes cambian droga por educación
This post is also available in: Inglés, Lituano, Polaco, Francés, Alemán, Italiano
En Lituania viven menos de 3.000 romaníes, pero este 0,1 % de la población es suficiente, no obstante, para convertirse en chivo expiatorio en un país paralizado por la crisis. En Kirtimai, sin embargo, entre la falta de bosques, el tráfico de drogas y la marginalización, Romualda, Svetlana, Konstantin y Konsuela ayudan a la comunidad romaní a levantar cabeza.
“Si te topas con un gitano (romaní), sólo hay tres opciones: es un drogata, un camello o un ladrón”. Es viernes, son las 3 de la mañana, bar Gringo, en el centro de Vilna. Vitalius está un poco borracho. Se disculpa por entrar en el estereotipo, pero insiste: “Hace 27 años que vivo aquí y jamás escuché decir algo positivo acerca de los romaníes, y si muchos de mis amigos que cayeron en la droga viven hoy en la calle, es porque iban a proveerse de ella a Kirtimai”.
Nómada, vuelve a tu casa
Es Kirtimai, en la periferia de Vilna. El lugar tiene una triple connotación. Por una parte, es el blanco preferido de la política del chivo expiatorio empleada por los políticos, repetida hasta el cansancio por los medios de comunicación y avalada por la opinión pública lituana. Además, es el concentrado de todos los síntomas de la pobreza que aflige a la comunidad romaní. Y en tercer lugar, tiene una connotación menos conocida pero más positiva: los romaníes de Kirtimai se benefician de numerosos programas de inserción educativa y profesional provenientes de la sociedad civil lituana.
Hay -1 °C en Vilna este jueves 8 de diciembre. Cubierta con un abrigo de elfo, Romualda, directora de la Fundación para los niños lituanos, dirige su carro hacia el Centro Comunitario Romaní, situado en la entrada de Kirtimai. “En 1994, nuestra fundación comenzó por proveer ayuda alimentaria. Pero un día pedimos a los romaníes de Kirtimai que registrasen sus nombres en una lista y firmaron con una letra. No sabían escribir. Entonces comprendí que la nutrición no era el único problema”, dijo, tomando una curva. Con un movimiento del brazo, la directora de la fundación desde hace 15 años, señala las barracas de madera detrás del cristal empañado. Adelante, el Centro Comunitario Romaní es la única construcción de material.
Dos mujeres conectan un sistema hi-fi (alta fidelidad) e improvisan pasos de baile mientras una profesora prepara el salón de clases. Los adultos romaníes pueden asistir y realizar cursos de lituano, de economía y de conducción, mientras que los más jóvenes son guiados hacia el apoyo preescolar y el despertar artístico. “Necesité casi dos años para que me aceptasen”. Svetlana Navoposlkaja dirige el Centro desde su fundación, en 2001. Por no ser de origen romaní, esta lituana de ojos risueños debió dar el santo y seña. Pero ella sabe que el desconcierto romaní hacia los organismos públicos proviene de los tormentos históricos sufridos: “Kirtimai era un bosque tupido, los romaníes eran nómadas y las ‘casas Rom’, como ellos mismos las llaman, no estaban hechas para albergarlos todo el año. Pero en 1956, la Unión Soviética prohibió el nomadismo e hizo obligatoria la escuela. Hoy, dónde estaban los árboles, hay una fábrica, y luego de 60 generaciones, se les pide a los romaníes que permanezcan allí”.
Ante los ojos de las cámaras de policía
Delante de la pantalla de un ordenador que oculta con su amplia espalda, Konstantin, de 26 años, trabaja duro en el proyecto “Face Roma”. Al facilitar la empleabilidad en una comunidad donde el 42% de sus miembros no tiene ninguna experiencia profesional, el proyecto, patrocinado por la ONU y el Ministerio de Trabajo lituano, pretende abrir el mercado de trabajo a los romaníes de Kirtimai, primer paso para facilitar el acceso a la educación, a la vivienda y a la sanidad pública.
Son las 11:00, hora de que Konstantin confirme la clase del curso de lituano a sus alumnos. El galán alto y de ojos azules se desliza por el camino no asfaltado que conduce hacia las barracas. Allí viven menos de 400 romaníes en 72 casas, de las que solo una está declarada. Así, todos se encuentran domiciliados en la misma dirección, calle Dariaus ir Girëno N° 185. “En 2006 había 536 romaníes en Kirtimai. Muchos emigraron a Reino Unido para ganarse la vida. Y 60 están en prisión”, explica Svetlana. En efecto, la policía se ha vuelto más dura contra el tráfico de droga, que hace estragos en el campo. “Las cámaras implantadas desde 2004 finalmente comenzaron a ser utilizadas. 1000 clientes provenientes de la ciudad fueron identificados y los traficantes, arrestados. Pero las personas claves en el tráfico continúan frecuentándolo”.
Konstantin pasa por debajo de una de las cámaras de policía y entra en una casa precaria. Una mujer deteriorada está sentada en el sofá y observa a una pareja de jóvenes que prepara el té. Mientras la joven se ocupa de su niña de dos años, un atleta que ciñe una camiseta de tirantes añade leña para calentar las dos habitaciones mal separadas. Añora la Inglaterra de la que ha regresado, porque allí es más fácil encontrar trabajo. “En Lituania, la gente dice que los romaníes son holgazanes y ladrones, que no quieren trabajar”. Sin trabajo, los habitantes de Kirtimai viven de la ayuda social, 300 litas por persona (86 euros). O del tráfico de droga.
Nomadismo profesional y ciudadano
Pero la nueva generación quiere cambiar. Más allá de los esfuerzos de Konstantin –“dos romaníes acaban de ser contratados en el edificio gracias a Face Roma”, nos confía Svetlana-, el deseo de ir a trabajar a Inglaterra torna indispensable la obtención de la ciudadanía lituana… así como el éxito en un examen del idioma que la acompaña. De ese modo, los cursos de lituano son cada vez más demandados y, como primer paso, “dos de los asistentes al curso han pasado el examen del mes pasado”, anuncia orgullosamente Svetlana.
Mientras que algunos adquieren la ciudadanía para obtener mejores posibilidades de salir del país, otros viajan para poder instalarse allí de mejor manera. Konsuela Mačiulevičiutė, de 26 años, es una cantante diplomada de la Escuela de Música de Yahama y profesora de música en Žagarė (al norte de Lituania, en la frontera con Letonia), que regresa de Estrasburgo, donde asistió a la Conferencia de la Juventud Romaní, y de Málaga, donde representó a la comunidad lituana durante la Primera Conferencia Mundial de Mujeres Romaníes. ¿Su objetivo? “Crear una organización para todos los romaníes de Lituania, que esté abierta a los no romaníes, para cambiar la imagen de nuestra comunidad”, dice ella, en un inglés trabajado. Feminista, diplomada, y artista en contra del tráfico de drogas, el robo y el desempleo. ¿Están los lituanos preparados para aceptar el deseo del cambio de imagen de su nueva generación romaní?
AUTOR Emmanuel Haddad, TRADUCTOR Ignacio Puntin