Lituania: los resucitados
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El paro, resultado de la crisis de 2008, ha empujado a gran parte de los jóvenes lituanos a probar suerte en el extranjero. Después de llegar al tope en 2010, la fuga de jóvenes parece reducirse poco a poco. Incluso se está asistiendo a la vuelta al país de estos expatriados, atraídos por políticas de retorno, así como por la mejora de las condiciones económicas. Retrato de estos “reemigrantes”.
Marius y Akvile realizan un viaje relámpago a Vilna, la capital lituana. Su agenda está bastante cargada desde que volvieron al país, ya que dedican toda su energía a su nuevo proyecto: montar una comunidad. “Cuando decimos que lo hemos construido con nuestras propias manos, hablamos de manera literal”, precisa Akvile. Ahora hace un año que se instalaron junto con algunos amigos en medio del campo lituano y, a fuerza de vídeos en YouTube y de buena voluntad, han construido sus casas, plantado judías y criado pollos y corderos.
Hogar, dulce hogar
La pareja pasea por el inmenso parque verde Kalnų parkas, a dos pasos de la catedral de Vilna, el pulmón turístico de la capital. “Este sitio ha cambiado mucho los últimos años; antes estaba un poco abandonado”, señala Akvile, haciendo referencia al césped recién cortado, al tiovivo y las despejadas calles. Por el camino, me muestran la escuela de arquitectura donde ambos realizaron sus estudios. Los diez meses de paro que siguieron a la obtención de sus diplomas les convencieron para emigrar a Bélgica, a Brujas. Nos situamos en 2010 y la crisis económica está en su máximo apogeo. El impulso ha sido completamente natural: aquí el nivel de vida no es lo bastante barato para que el salario mínimo local (alrededor de 300 euros) asegure que ésta sea decente. Por lo tanto no importa el trabajillo que se haga en Europa del Este. Durante tres años, serán sucesivamente jardineros, fontaneros, personal de limpieza y, por último, cocineros. “Todo iba bien; teníamos un buen trabajo, la gente era amigable y podíamos ahorrar algo de dinero”, comenta Akvile.
Sin embargo, poco a poco los dos expatriados se dieron cuenta de que el mal del país no es un mito. “He empezado a pensar que es bueno estar cerca de la familia”, dice Akvile riéndose. Mientras, deciden si volver e invertir todo el dinero ahorrado en su nuevo proyecto. Con lo que tienen, piensan poder estar todavía un año sin trabajar, justo el tiempo necesario para acabar la casa.
Una trayectoria así no tiene nada de marginal. Desde la independencia de Lituania en 1990, una cuarta parte de la población se marcha a probar suerte en el extranjero. En 2004, la adhesión a la UE facilitó aún más la movilidad, y el número de emigrantes aumentó un 50% el año siguiente. Como resultado de la crisis, el paro es una nueva hemorragia. El envejecimiento de la población, la evidente falta de mano de obra y de competencias, la fuga de cerebros… Lituania es un país cuya población decrece cada año. Sin embargo, desde 2010, es como si la nación entera taponara las brechas. Mejor aún, desde hace cuatro años, el 86% de la inmigración se compone de “reemigrantes”, esos hijos de la patria que vuelven con el crecimiento económico.
“Los lituanos de mundo”
Si Ruta ha vuelto es casi por patriotismo. “Realmente no hay razón por la cual quisiera estar en Lituania aparte de por las ideas y proyectos que he visto a mi alrededor cuando estaba en Reino Unido. Y tenía muchas ganas de traerlas y hacerlas funcionar en Lituania”. Habla un poco más del sólido sistema inglés y piensa que es una posible solución a la situación lituana, donde se vuelven a encarcelar al 77% de las personas que salen de prisión en los nueve meses siguientes a su liberación. En la terraza de una elegante cafetería de Vilna, la joven pide un café y le echa un ojo a su smartphone. Desde hace un año, coordina Create for Lithuania. Este programa vio la luz en 2012 y promueve el regreso al país de los “cerebros lituanos”. Frente a la importante emigración, el gobierno invita a aquellos que se han labrado su propio camino en el extranjero a ocupar un puesto de responsabilidad en el seno de las instituciones gubernamentales. Cada año, es una veintena de jóvenes la que vuelve para poner su experiencia al servicio de su país. Entre los 20 elegidos de la primera promoción, 16 han elegido quedarse a vivir aquí.
Ruta habla entusiasmada de este programa y de sus participantes, y con razón: fue parte de la primera promoción antes de convertirse en la coordinadora. Cuando le pregunto qué ha cambiado entre su salida y su regreso, hace una pausa. Me dice que ahora la gente es más diversa, más tolerante. Más tolerantes hacia las personas de LGBT, por ejemplo, más abiertos de miras en general. Aun así sigue viendo un foso entre aquellos que se quedaron y aquellos que se marcharon. Los valores, la manera de pensar y de ver Lituania ya no son los mismos para los que ella llama “lituanos de mundo”.
Jauras y Alvis son ejemplos perfectos. Estos dos viejos amigos me llevan a tomar una cerveza artesanal en un bar instalado en los tejados de Vilna, y me cuentan cómo pusieron en práctica esta nueva “amplitud de miras”. Alvis afirma que “los que regresan realmente traen algo con ellos”. A los 29 años, ha pasado tres en Copenhage, donde primero estudió y luego trabajó como programador. Cansado de Dinamarca, consiguió convencer a su empresa para abrir una sucursal en Lituania, haciendo hincapié en la calidad de los programadores de Vilna. Esto es lo que le ha permitido volver aquí con un trabajo en el bolsillo.
¿Se acuerdan de aquella escena de la película Volver, de Almodóvar, cuando Penélope Cruz canta la canción homónima? Su madre, escondida en un coche después de haber regresado tras diez años de ausencia, llora al oír la letra de la canción que expresa lo que ella siente. “Tengo miedo de encontrarla con este pasado que vuelve […] Pero el viajero que huye tarde o temprano detiene su marcha”. Podría ser el himno de aquellos que regresan.
AUTOR Julia Faure, TRADUCTOR Álvaro Díaz Navarro