Sobornos médicos, una costumbre en Lituania
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En Lituania para hacer uso del sistema sanitario público hay que pagar. Muchos médicos especialistas reciben pagos informales bajo-cuerda para dar prioridad o mejor tratamiento a los pacientes generosos. Esto es así en muchos países del este y no tan del este, pero en un territorio pequeño como Lituania, con una de las tasas más bajas de donación de órganos y sangre, emigración masiva de especialistas y un atraso considerable en tecnología médica, se agrava. Esta práctica es el resultado de que las instituciones heredadas de la época soviética no se actualicen y de que los centros privados no constituyan una alternativa ni asequible ni completa.
Esta lenta transición da lugar no sólo a los sobornos, sino también a grandes desigualdades que mantienen Lituania como el cuarto país de la Unión Europea con un peor sistema médico, según el informe de 2007 de Health Consumer Powerhouse EHCI. A nivel general, queda sólo por encima de Polonia, Bulgaria y Letonia. Destaca que en Lituania “están mal o no existen”: organizaciones de pacientes que se impliquen en tomas de decisiones, seguro de responsabilidad civil por parte de los hospitales, registro electrónico -que no se completará hasta 2010-, médico de cabecera para el mismo día o teléfono de atención al público 24h/7 días de la semana. Muchas carencias que alimentan un indicador alarmante: un elevado número de muertes evitables. En el informe también se reconoce la existencia de pagos bajo-cuerda pero no se aportan estadísticas por la imposibilidad de recoger los datos de esta práctica y para no estigmatizar la imagen de los Estados de la Europa del Este, donde los pagos informales no se limitan a servicios sanitarios.
Sistema público: diagnóstico reservado
El rostro institucional de esta situación es la de Natalja Keturkienė, portavoz del Ministrerio de salud. Vista de lado, la camiseta de Natalja adivina un escote desnudo y directo, tan falto de picardía como el organismo al que ella representa. Mientras asegura no conocer la situación de las empresas farmacéuticas del país ni la relación que tienen éstas con el Ministerio, facilita con gusto el programa de este año que tiene como principal objetivo: “Incrementar la confianza de los pacientes en el sistema”. Conforme avanza el texto se propone también una medida de mejora de las condiciones de los médicos, puesto que la desmotivación por los horarios y los salarios -900 euros al mes- parecen ser las principales causas de la fuga de cerebros y de la corrupción. En la actualidad hay unos 12.000 médicos en Lituania, muchos de los cuales reciben pagos informales que superan los 800 euros. El punto de aceptación de esta práctica es tal que hasta 125 litas (35 euros) no es ilegal, sino que se considera un “regalo”.
Quizá esas fotocopias grapadas logren ese incremento de confianza que ansía el Ministerio de Salud, cosa que no hace el Santariškių Klinikos, el principal hospital público de Lituania. Es grande, gris, robusto, frío, sucio. En una palabra y como dicen aquí: soviético. Cuenta con 350 habitaciones que se alinean en pasillos casi a oscuras. La penumbra del principal de ellos -que casi deslumbra por comparación- permite ver las fotografías descoloridas de las diferentes iglesias de la capital y, entre ellas, un altar improvisado y triste con un pesebre deforme. La joven responsable de ética del departamento de transplantes del centro, Julija Širokova, habla de períodos de espera superiores a 10 años para tener un riñón, pero subraya que “Lituania está en la Unión Europea, y que hay que tener en cuenta que estamos en pleno proceso; que no estamos tan mal”. Y cuando se le pregunta por los sobornos a doctores se apresura a aclarar que en su departamento “no se pueden hacer estos favoritismos porque los perfiles de donantes son muy específicos”, dando por hecho que en otros sectores se hace. Respecto a los casos judiciales del hospital comenta que desde la independencia han pasado de no tener ningún caso de negligencia -porque se encubrían- a tener “demasiados”, “debido a la dinámica de los abogados que viven de los casos médicos”. Su despacho es austero y vacío hasta de descripción. Al otro lado de sus muros hay puertas encajadas con ladrillos por las que los camilleros se adentran en una sala de la que cuelgan cables del techo, como guirnaldas de una inauguración muy lejana. A medio kilómetro del Santariškės, en un centro de recuperación traumatológica, abandonado también en la cuneta de la carretera que huye de Vilnius, Rūta -dermatóloga- observa que “la baja financiación obliga a primar especialidades de primer orden como la cardiología, relegando a un muy segundo lugar disciplinas como la suya. “Aún con una buena preparación y tratando de hacerlo bien”, compara, ella trabaja en el sector privado un par de días a la semana y considera que la tecnología de la que dispone es “muy superior”.
Sistema privado: ni alternativa ni socio
Cerca del casco antiguo de la capital sobresale el Medical Diagnostic Center. Sus formas redondeadas, sus materiales pintados de blanco, naranja y azul –en un estudio de lo opuesto a lo soviético- le dan un aire ligero, como de carlinga de avión. Es pequeño y aséptico. A través de un pasillo flotante y de forma tubular, en el último de sus cuatro pisos, se llega al despacho del director de este centro considerado el mejor de toda Lituania. Entre archivadores a juego con la estantería, títulos académicos y tres lustrosas orquídeas, Laimutis Paškevičius opina que “la mentalidad de los tiempos soviéticos debe cambiar. Nada hay gratis…, y menos la sanidad”. A sus 39 años, Paškevičius es también director de la Asociación de Hospitales Privados Lituanos y considera que en el caso de Lituania “la solución se halla en la colaboración entre ambos sistemas”. Espera que colaboraciones que ahora son aisladas terminen por formalizarse con el nuevo plan nacional para el sistema médico 2007-2015. En menos de un año debe aprobarse también una vía corriente para realizar pólizas privadas con pagos mensuales. Paškevičius es médico y manager, ha cursado estudios prestigiosos de ambas vertientes porque cree firmemente que “los directores de los centros no sólo deben ser doctores, también administradores”.
Tras 8 años en el sistema público y 4 años al frente del Medical Diagnostic Center, primer centro privado en construirse apenas Lituania fue independiente, denuncia la “discriminación a los centros privados por parte del Estado”. Cree que “deberían fomentar en todo caso la competición, lo cual nos haría mejorar a todos”. Luego, esboza un gesto de resignación mientras añade: “La tecnología llega pronto, la mentalidad tarda más en cambiar”. Puede que se refiera a la tecnología de su centro, que por un acuerdo con los proveedores cambia cada 2 años; aunque hay que decir que no cubren tratamientos oncológicos, por ejemplo. Por lo que al expediente del centro se refiere, está tan limpio y vacío como sus diez habitaciones individuales, como sus esterilizados quirófanos, que lucen como platós solitarios en semipenumbra.
Servicio de urgencias
Parece que tanto los hospitales públicos como privados no existan; que sean como escenarios que representan dos extremos. Y parece que el único sitio que realmente exista sea el Centro Médico de Urgencias, porque allí se ve sangre y se ve gente.
Muy silenciosos, como la carretera en obras por la que se accede, esperan su turno algunos lituanos; con miradas perdidas que no osan perderse del todo, incluso el sudor no llega a oler mal del todo, sólo huele al concepto ‘sudor’. Como ellos, el sistema médico lituano está a la espera de tratamiento.
AUTOR Marta Palacin