Los hijos de la ‘nestalgia’ de Vilna
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20 años después de la caída del muro, el tigre báltico sufre también un ataque de nostalgia. Una generación joven, moderna y sobre todo descontenta con su historia mira hacia atrás, hacia su no tan despreocupada infancia bajo el régimen soviético
“El cambio me pilló desprevenida. Por entonces era solo una adolescente. Hoy, cada vez que veo el material de archivo del Parlamento, cuando anunció de pronto que éramos libres, me pongo a llorar como una señora mayor”, sonríe Giedré Beinoriūtė junto a unos cigarrillos y gran vaso de latte macchiato en el modernísimo jardín del café Kalvarijų No. 1, no lejos del puente Žaliasis y sus imponentes estatuas soviéticas.
La directora de 32 años pertenece a una generación de lituanos cuya infancia transcurrió bajo el régimen soviético y que vivió su caída en 1991, en directo. No sienten nostalgia de aquellas “cosas increíblemente estúpidas que debíamos hacer en la escuela como Pioneros”. Eso fue ayer: viven aquí y hoy.
Giedré se convirtió de la noche a la mañana en un icono con su película de bajo presupuesto Balkonas (‘El balcón’). Al menos la mayoría de los lituanos entre 20 y 35 conoce su película, corrige con timidez. El argumento es fácil de contar: Rolanas, el hijo de una pareja divorciada, se muda al apartamento contiguo al de Emilija en una ciudad de provincias durante los 80. Noche tras noche hablan a través de un enchufe y de día se encuentran en sus balcones, hasta que un día conciertan una cita de verdad. Lo más importante es el sentimiento con el que el espectador abandona la sala de cine –acogedora nostalgia entre ropa retro, oxidados coches soviéticos y casas prefabricadas. “Tengo la impresión de haber viajado a mi infancia” –eso es lo que le dicen muchos fans. Nostalgia, sí –pero despreocupada. Giedré no quería hablar de política, no es “un segundo Goodbye Lenin” ni salen Pioneros. Va de relaciones humanas. “Valores como la honradez, la humildad. Se perdieron con la vertiginosa fase de ruptura”, según la directora.
Fuera la Historia, que pase la nostalgia
La nostalgia no ha vuelto a la vida pública de Lituania únicamente en forma de película. Es más subterránea, no siempre sale a la luz como por ejemplo en Berlín. “Entre nosotros se intentó una política de olvido muy concreta”, sonríe Nerijus Šepetys, historiador de la Universidad de Vilna.
A pesar de ello el estilo sovieto-kitsch está viviendo unos días de regreso triunfal. Para darse cuenta solo hace falta darse un paseo por la calle Pilies Gatvé. Allí se pueden encontrar matrioshkas, shapkas (un tipo de gorro ruso) y todo lo que el corazón retro del turista pueda soñar. Eso sí, los símbolos soviéticos están prohibidos desde 2008 en Lituania. La juventud de Vilna, por su parte, se divierte relajadamente en un antiguo búnker atómico –el Gravity; beben Gira, el kvas (especia de cerveza) ruso que, como puede verse en Balkonas, antes se servía en botellas rellenables desde grandes recipientes amarillos. Todo supermercado tiene hoy Gira en su sección de bebidas.
Kristijonas, un joven lituano, nos pone una barrita de dulce Hematogenas en la mano. “Asqueroso” –dice- “esto nos lo teníamos que comer de niños en la farmacia, con sangre de cordero”. Pero también hoy tiene su demanda, igual que la salchicha con la estrella roja, que se llama “La Rusa”. En Neringa, un restaurante en la avenida Gediminas, la milla de oro de la capital, puede escucharse a un pianista vestido de estilo retrosoviético; solo que ahora, en vez del repertorio folklórico ruso, toca a los Beatles. “Antes veníamos en las ocasiones especiales aquí con la familia. No ha cambiado nada”, confirma Mantas, un joven lituano.
Existe además el Grutas-Park a 120 kilómetros de Vilna, en mitad del bosque. El archimillonario Viliumas Malinauskas levantó aquí en 2001 el centro de atracciones bautizado como ‘Stalin-world’. Coleccionó todo tipo de estatuas y símbolos soviéticos para exponer los colosales monumentos. ¡Por 5 litas se puede tocar a Lenin, Stalin, Marx y Engels! En el menú nostálgico del restaurante al aire libre hay borsht (una especie de sopa rusa), vodka y similares; en la tienda de recuerdos hay desde banderitas a mecheros. Malinauskas desató un escándalo en el país con su Disneylandia estalinista. La gente dejaba flores a los pies de Lenin y se casaba allí. “No digo que no fuese atractivo”, dice Nerijus Šepetys; “pero aprenderse, allí no se aprendía nada”.
De cosas simples
Hoy las negras nubes que se cernían sobre el parque se han disipado. Severija Inčirauskaitė, una joven artista textil con una corta cola de caballo negra como la pez, estuvo recientemente con su hijo de seis años en Grutas. El parque es un buen lugar para explicar a las jóvenes generaciones cómo era antes, explica en su galería inaugurada en 2009, Artifex, en la calle Gaono gatvé entre máscaras de gas que se balancean.
El trabajo de Severija también trata el fenómeno de la nostalgia. Hace minúsculos agujeros en regaderas, tapas de olla o puertas de coche de época soviética para luego coser decoración floral de la babushka (abuela en ruso). A los objetos del tiempo de su abuela, a estos fragmentos pop, la artista de 32 años los llama “kitsch pegajoso”. A Severija le interesa lo banal y cotidiano. Las rosas, margaritas y violetas del jardín de un chica lituana en la puerta oxidada de un Moscovich; lirios de agua en una lámpara abollada. “Al principio, de pura rabia, quisimos arrancar de cuajo todo lo soviético –todo era malo- hasta el idioma era malo. Ahora empiezan a volverse populares las cosas de época soviética. Deberíamos conservar algunos símbolos de aquel tiempo”.
Escupitajos y flexiones contra la nostalgia
También el búnker soviético, una antigua estación de televisión a cinco kilómetros de Vilna, nada en la cresta de la ola de la nostalgia. Aquí el ambiente es de otro tipo. Los agentes del KGB ladran a los 40 gulag-turistas de la representación teatral en ruso, les obligan a hacer flexiones, los encierran en celdas si desobedecen. “Con el búnker queríamos conseguir todo lo contrario –nada de kitsch y nada nostalgia. Quiero abrir las heridas del pasado”, explica Ruta Vanagaitė, que ha creado la obra 1984- Back in the USSR. De momento más de 6.000 personas se han sometido a esta “vacuna contra la nostalgia” en el subterráneo soviético. Durante la representación cuatro espectadores se desmayaron.
“La gente prefiere acordarse de las cosas buenas, de la estabilidad, su juventud, la solidaridad. Pero se olvidan de que no se podía viajar, leer o pensar libremente”. “La estabilidad la echamos de menos aquí y allá”, dice el autor Marius Ivaškevičius (36 años) en su texto sobre la nostalgia. “Las bancarrotas de los bancos, la inflación, todo lo que nos ha enseñado occidente nos volteó, se encontró con personas inocentes, que no estaban preparadas. Pero veo como una oportunidad el haber podido vivir bajo los dos sistemas –no a todo el mundo se le ha concedido”.
AUTOR Katha Kloss, TRADUCTOR Luis González Vayá