Los lituanos prueban suerte en el extranjero
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Mientras que Vilna, capital europea de la cultura en 2009, acoge visitantes de todo el mundo, miles de lituanos dejan el país, huyendo del galopante paro (15,5 % en marzo de 2009) y de unos salarios ampliamente inferiores a la media europea.
Desde su adhesión a la Unión Europea en 2004, a día de hoy se estima que más de 250.000 lituanos se han beneficiado de la libertad de circulación y establecimiento, lo que supone un porcentaje significativo de la población nacional, que alcanza algo menos de 3,4 millones de habitantes. La crisis económica y financiera que atraviesa la nación báltica conduce a un aumento de las partidas y a una parada de los retornos, que habían aumentado estos últimos años. Por lo tanto, los lituanos prueban suerte en el extranjero, principalmente en Reino Unido y en Irlanda, donde serían, respectivamente, más de 100.000 y cerca de 75.000. Una fuga de jóvenes activos y de cerebros que está dejando Lituania en una situación cada vez más difícil.
Emigración y unidad nacional
Situación aún más difícil en tanto que estos emigrantes solo son una parte de la diáspora lituana, estimada en más de un millón de individuos dispersos por el mundo. Hay que buscar los orígenes de esta amplia comunidad en la agitada historia del país, oprimido durante mucho tiempo por los regímenes zarista y soviético. Y es que, según la concepción lituana de nación, basada en criterios principalmente étnicos y culturales, la diáspora forma parte de la comunidad nacional. Por lo tanto, desde la independencia, se planteó la cuestión de los medios necesarios para conservar la unidad nacional, a pesar de la distancia. Para los emigrantes que han partido recientemente dejando a sus familias en el país, esto se consigue de manera más o menos natural. Así, en 2007, Lituania recibió 870 millones de euros a través de transferencias de fondos procedentes de los emigrados, lo que supone aproximadamente el 2% de su PIB. El uso efectivo de este dinero salta a la vista: casas renovadas, nuevos coches o, incluso, ayuda para la educación de los niños.
Sin embargo, aunque parece que mantener el contacto con sus seres cercanos es algo natural, mantener el vínculo con la sociedad civil y la vida política nacional parece más difícil. El ejemplo de las recientes elecciones presidenciales del pasado 17 de mayo habla por sí solo. En Irlanda, el movimiento As Esu (‘Yo soy’) se comprometió, el pasado abril, a incitar a los emigrados lituanos a inscribirse en las listas electorales de la embajada. Sus militantes no escatimaron en medios para llegar a la población: conferencias, intervenciones en eventos culturales, difusión de carteles y folletos, o incluso Internet y Facebook. ¿Cuál fue el resultado? Mientras que solo 1.511 electores residentes en Irlanda se manifestaron a favor de las elecciones legislativas de 2008, la inscripción para las elecciones presidenciales se multiplicó por siete, es decir, algo más de 10.000 personas. Una satisfacción ciertamente amarga. Esta falta de interés de los lituanos residentes en el extranjero por lo que pasa en su país de origen explica de manera crucial la débil tasa de participación del pasado 17 de mayo, que asciende al 51,71%. Es, por tanto, la vida política en sí misma la que se ha visto desvitalizada por esta situación.
Hacia una redefinición de la ciudadanía
Aunque los poderes públicos quieren creer en un retorno (algún día) de una gran parte de los emigrados, algunos, menos optimistas, se plantean la cuestión de la perennidad de la situación demográfica, sabiendo que la población no deja de disminuir desde 1991, también a causa de una débil natalidad y de una tasa de suicidio dramática. Los debates se centran ahora en una reforma del artículo 12 de le ley de ciudadanía, que prohíbe la doble nacionalidad a aquellos que emigraron después de la independencia, salvo en contadas excepciones. En consecuencia, un gran número de emigrados han “desaparecido” de los registros nacionales al adoptar la ciudadanía de su país de acogida.
Pero este proyecto no encuentra unanimidad: la cuestión radica en saber sobre qué base se ha de seleccionar a los emigrados susceptibles de ser elegidos para la doble ciudadanía. Gabrielius Žemkalnis, un representante de la diáspora en Lituania, desea seguir valorando las razones de la emigración política, es decir, de antes de 1991. “Si alguien nos divide o cava un foso entre Lituania y su diáspora, será por las acciones del gobierno lituano, y será considerado responsable ante el pueblo y las generaciones futuras. Amamos a nuestra patria y somos una”. Al contrario de lo que piensa Regian Narusiene, presidenta de la organización que representa a la diáspora, quien preconiza una unidad sin fisuras de la nación.
Antiguos demonios
Utilizar la doble ciudadanía como paliativo al declive demográfico podría resultar peligroso teniendo en cuenta la composición multiétnica del país. Efectivamente, no es cuestión de ofrecer esta posibilidad a las comunidades polacas o rusoparlantes, que constituyen un 15,4% de la población total. Como señala Narusiene, “la Constitución debe conservar las restricciones sobre la doble ciudadanía para salvar Lituania (…), como limitar la doble ciudadanía solamente a aquellos individuos de descendencia lituana”. Introducir tal diferencia de tratamiento en la sociedad lituana podría despertar antiguos demonios, de los que el país se ha podido salvar bastante bien hasta ahora.
En su discurso para felicitar el año 2009, el antiguo presidente Valdas Adamkus declaraba: “Lituania ha existido y existirá siempre, cualesquiera que sean las dificultades que nos esperan y los obstáculos que tengamos que superar”. Lituania bien podría durar siempre, en efecto, pero aún queda hoy por definir dónde estarán y quiénes serán los lituanos del mañana.
AUTOR Sebastien Gobert, TRADUCTOR Irene García Gómez