Lituania está triste: ¿cómo se explican los suicidios?
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El río Neris parte Vilna por la mitad: al norte, la universidad, el estadio y terrazas con vistas; al sur, el corazón de la capital, adoquinado, colorido, impecable. Pero de uno de los puentes cuelga un cartel inquietante: “Hay gente a la que le importas. Línea gratuita de apoyo emocional”, y un número de teléfono
En 2009, Lituania volvió a tener el índice de suicidios más alto del mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS): 34 de cada 100.000 personas se quitaron la vida, el triple que en España o Estados Unidos, once veces más que en Grecia. La oscuridad, el desempleo, la salud mental, Stalin… Los expertos manejan mil variables para explicar y reducir el deseo de muerte.
El presidente de la Asociación Lituana de Suicidología y vicejefe de Psiquiatría en la Universidad de Vilna, Alvydas Navickas, resume las últimas décadas: “Antes de la Segunda Guerra Mundial se suicidaban cada año ocho de cada 100.000 lituanos. La mayoría de la población vivía en el campo, iba a la iglesia; había una comunidad fuerte con una rutina estable. Después estalló la guerra y llegó el dominio soviético: Stalin deportó a Siberia a los agricultores más ricos e instaló a todos los demás en koljozes (granjas estatales). El vodka y el alcohol casero comenzaron a correr a diario como anestesia. El índice creció cada año hasta los 30 suicidas por cada 100.000 personas en la década de los ochenta. Con la caída de la URSS, las automuertes se disparan y tocan techo entre 1994 y 1996 (46 de cada 100.000).
“El suicidio es más común en las grandes ciudades, pero en Lituania ocurre lo contrario, la tasa se multiplica por dos en las zonas rurales”, explica Navickas. “La única novedad que la independencia trajo al campo es el desempleo; lo demás sigue igual: malas infraestructuras, falta de servicios sociales, alcoholismo…”. Un tercio de los lituanos vive en zonas rurales, donde el índice de pobreza es tres veces superior a las áreas urbanas, la mitad de la población carece de ducha y retrete interior, y sólo un 25% disfruta de agua corriente. La tasa de mortalidad es un 75% más alta que en las ciudades y 400.000 jóvenes han abandonado el campo desde 1990, de acuerdo a un estudio de la Comisión Europea sobre pobreza y exclusión social en las zonas rurales en Lituania.
Aún así, la pobreza no basta para explicar el mayor índice de suicidios del mundo (de lugares como Corea del Norte o casi toda África no hay datos). Otro factor es el pasado comunista, como lo prueban los siguientes en la lista: Rusia, Kazajstán, Hungría, Eslovenia y Estonia. Los habitantes del “socialismo real” vivían bajo una fría losa de granito que sin embargo les abrigaba, les protegía contra el azar. En 1990, muchos quedaron a la intemperie como cachorros abandonados.
Uno de esos lugares es Avižieniai, un paisaje de fábricas en ruinas, caras hinchadas y perros famélicos. Dos jóvenes de 19 y 20 años pasan el tiempo sentados a la puerta de su casa, un bloque de cemento. Cuando les pregunto si trabajan, cruzan una mirada irónica. “¿Trabajar?, ¿nosotros?”, hasta casi sonríen. Van vestidos con viejos chándales deshilachados, el pelo pegado a la cabeza, graso; la piel blanca y seca, los dientes amarillos.
Pobreza y/o depresión
Un sendero polvoriento separa huertos secos y granjas de madera podrida. En la orilla, una señora quema basura; tiene la cara castigada por el alcohol, abultada, irregular. Casi no se le ven los ojos. A la primera pregunta, estalla un discurso. “Antes todos teníamos un trabajo, una vida; ¡la perestroika fue una tragedia!”. Han pasado más de 20 años, pero es como si no tuviese otra cosa en la cabeza. Su hijo se une a la discusión. Está más tranquilo. “No hay nada, no podemos trabajar la tierra, no interesa. La gente se mata. ¿No has visto cómo estamos? ¡Pregúntale a las abuelas!”. Ellas no quieren hablar y mucho menos ser fotografiadas. Sólo Sergei acepta, encogiéndose de hombros; su aspecto cuidado denota un poco de optimismo. Se mantiene ocupado quemando rastrojos en una huertecita marrón. “Sí, sí, hay mucha libertad, sí, libertad para todo”, dice con sarcasmo. Su hijo emigró a Londres; no le va mal.
La directora del Centro Estatal de Salud Mental, Ona Davidonienė, apunta la importancia del clima: “Veranos muy cortos, días oscuros y rigurosos… Los habitantes de los países del norte tienden a ser más reservados, a evitar comportamientos espontáneos. Me temo que, si la crisis permanece, esto irá a peor; más gente se cansará de luchar día a día sin ver una luz al final del túnel”.
La crisis
El índice vuelve a repuntar en 2007, sobre todo entre los jóvenes (el suicidio es cinco veces más común entre los hombres, especialmente de 34 a 54 años). En Irlanda, la Oficina para la Prevención del Suicidio alerta sobre un aumento de los casos (9% más respecto a 2007), muchos en personas de mediana edad que han perdido su empleo. Pero para el director de Programas del Centro de Ayuda Psicológica a la Juventud,Paulus Skruibis, la economía no es tan fundamental: “La sociedad y los políticos reducen el problema a una cuestión económica, creen que depende del salario o el nivel de vida”. Skruibis denuncia el reduccionismo. “El año pasado, un periódico lituano cogió la costumbre de abrir cada día con un suicidio: fotografía de la víctima, datos de la muerte… Y siempre hablando de la crisis. Durante meses, comparamos la campaña periodística con el índice; ¿resultado? Los suicidios repuntaron ligeramente. ¡No hay que crear esa atmósfera!”.
Es lo que en psiquiatría se llama ‘Efecto Werther’; hace dos siglos el escritor alemán W.Goethe publicó Las penas del joven Werther, cuyo protagonista se quitaba la vida tras un desengaño amoroso. La novela tuvo tanta influencia que cientos de jóvenes por todo el continente empezaron a matarse exactamente igual que Werther. Hasta con la misma ropa descrita en la novela. Cuando Marilyn Monroe y Kurt Cobain se suicidaron, una ola de adolescentes hizo lo mismo. “Incluso hablaron de epidemia. ¡No es una epidemia! Es un problema serio que se puede solucionar con mucho trabajo”, continúa Skruibis. Para Alvydas Navickas, no hay personal suficiente para ayudar a prevenir el suicidio, sobre todo en el campo. “Seguimos utilizando viejas fórmulas rutinarias: hospital y drogas. El Gobierno promete pero no hace”.
Skruibis co-dirige un frente juvenil anti-depresión con un plan ambicioso y concreto: “Tenemos 130 voluntarios adiestrados para dar ayuda psicológica y asistencia telefónica 24 horas al día (desde mayo), siete días a la semana; no pedimos identificación ni dinero y ofrecemos máxima confidencialidad. Recibimos 100.000 llamadas el año pasado; de ellas, 8.500 fueron realmente serias, 149 de personas que ya estaban en proceso de quitarse la vida”.
La ofensiva gana fuerza gracias a la estrella de rock más famosa de Lituania, Andrius Mamontovas. “Es un artista con inquietudes sociales; en un concierto hizo una reflexión sobre la alta tasa de suicidios, así que nos pusimos en contacto con él y empezamos a colaborar”, dice Skruibis. “Lanzamos un anuncio de televisión, desarrollamos una gira por los lugares más sensibles e imprimimos 40.000 postales con nueve consejos para disuadir a suicidas potenciales. El propio Mamontovas los firmaba y repartía en sus conciertos”. Consecuencia: se duplicaron las llamadas de ayuda.
El enigmático cartel colgado en el puente de Vilna es otra pieza de la campaña, que no habla de deportaciones, crisis o mal tiempo. Sólo da un consejo: “La conversación puede salvar vidas”.
AUTOR Argemino Barro